¿EL DEPORTE EDUCA?

Esta pregunta me ha costado más de una discrepancia con algunos/as profesionales, especialmente del sector de la educación física, sin embargo, con otros el acuerdo ha sido inmediato. Por otra parte, cada día es más común escuchar a padres y madres comentar cómo algunas competiciones deportivas acaban convirtiéndose en espacios conflictivos.  No tengo ninguna duda sobre que la práctica de cualquier actividad deportiva/física es saludable. “Mens sana in corpore sano”, frase latina que define claramente la correlación entre la salud física y la salud mental.


Por regla general, la actividad física por sí sola es saludable. Pero para llegar a ser educativa, entiendo que existe un largo camino más allá de la simple práctica deportiva.

Hace algunos años en educación se hablaba mucho del “curriculum oculto”. Venía a definir aquellos aprendizajes que los alumnos/as adquirían sin intención expresa del contenido oficial. Es decir, conocimientos paralelos asociados a los aprendizajes programados. Un ejemplo sencillo: un alumno y una alumna realizan conjuntamente un ejercicio de matemáticas. Explícitamente trabajan matemáticas e indirectamente la igualdad de género al ser niño y niña. Pues bien, el curriculum oculto en realidad no ha demostrado mucha eficacia ya que los aprendizajes sin intención y sin planificación son difíciles de verificar y comprobar.

Personalmente, me parece que en el deporte hay mucho de curriculum oculto. Se cree que si un grupo de chicos/as practica un deporte conjuntamente les estamos enseñando a trabajar en equipo. Pues nada más lejos de la realidad, el hecho de hacer algo entre varios no es un indicativo de saber o aprender a trabajar en equipo. Se cree que si los chicos/as practican deporte al aire libre adquirirán respeto por la naturaleza.  Incluso se cree que por practicar un deporte el niño/a no tendrá problemas de consumo de drogas.

En el ámbito socioeducativo se superó esta parafernalia oculta por la educación en competencias.  Si yo quiero que los chicos/as aprendan a trabajar en equipo tengo que realizar de manera intencionada y planificada  estrategias para que adquieran la competencia/habilidad del trabajo conjunto.

Recuerdo a un entrenador que durante un partido gritaba continuamente: “– Somos un equipo… - Jugamos en equipo… - Defendemos en equipo…”  y yo me preguntaba si en los entrenamientos ponían en practica estrategias para que los chicos/as  aprendiesen a trabajar de esta manera. También recuerdo a un monitor de kayak que decía que los chicos/as aprendían a respetar la naturaleza y yo me preguntaba si durante la travesía se concienciaba sobre la importancia de los ecosistemas, el medioambiente, etc. También recuerdo a otra entrenadora exigiendo concentración a sus jugadoras y me volvía a preguntar  si durante los entrenamientos realizaban técnicas de concentración.

Por otra parte, he visto cómo el deporte competitivo ha superado en muchas ocasiones a padres y madres. No hace falta mencionar acciones extremas como agresiones e insultos a árbitros y jugadores contrarios.  Basta con menospreciar el fallo de un compañero de nuestro hijo/a, criticar al entrenador/a o pretender que nuestro hijo/a sea el Rafa Nadal de turno. Frente a éstos y otros hechos, muchos clubs han tenido que apostar por desarrollar normativas que regulen los comportamientos de los familiares, a través de decálogos de comportamiento, carteles, notas informativas, etc.

En un curso, un entrenador me dijo: “- todo esto de educar está muy bien, pero a mí me exigen  ganar, si no ganamos  los padres/madres se llevan a los hijos/as a otros clubs”. La verdad es que esta afirmación me sorprendió. Mi contestación apresurada fue que el modelo de club lo definen  los técnicos, directivos, entrenadores, etc. Si desde el principio los objetivos y las prioridades están definidos, el padre/madre sabrá en que modelo deportivo inscribe a su hijo/a.      


A favor de este modelo, me he encontrado con clubs que han sumido su función educadora. Han priorizado los valores por encima del éxito deportivo. Han sido espacios de integración, de socialización, de aprendizaje de competencias individuales y sociales... Donde se prioriza la diversión, el respeto al compañero/a, el compromiso con el grupo e incluso desarrollan estrategias de autoestima y salud a través de su práctica deportiva. En alguna ocasión les he escuchado autodefinirse como “somos un club familiar”.  También he visto a padres y madres practicar deporte con sus hijos/as y en ello  han encontrado un modo de relacionarse en familia muy productivo.

Pues la respuesta no está en el tipo de deporte sino en la manera de entenderlo y transmitirlo. Desde estas líneas quiero hacer un homenaje a dos grandes amigos Quique y Laura, que siempre me transmiten que su deporte, el baloncesto, es su mejor manual educativo.



Autor: Iván Castro Sánchez

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