DECLARACIÓN DE AMOR



Hace unos días un estimado amigo publicaba unas líneas de amor y orgullo con motivo del 14 cumpleaños de su hija. Después de leerlas sentí una agradable sensación de satisfacción. Me imagino que por un lado se debe a que son una familia que quiero y por otro lado al percibir la felicidad que reflejaban esas palabras.  Estos sentimientos me inspiran a reflexionar en un nuevo post.


En varias ocasiones he hecho referencia sobre el “Estudio de la Felicidad”. Se trata de un experimento cuyo objetivo es demostrar que somos más felices cuando agradecemos y expresamos las emociones positivas que los demás provocan en nosotros mismos. Es decir, hablar bien de los demás y expresárselo nos ayuda a sentirnos mejor. La manera más sencilla de sentirse un buen padre o madre es apreciar en nuestros hijos/as más aspectos positivos que negativos. Por desgracia en la función “correctora” de los padres, en muchas ocasiones, está adjunta la crítica. Es más fácil decir lo negativo que expresar lo positivo. Sin embargo, parece ser que los pensamientos negativos se transforman en emociones negativas en nosotros mismos. El padre o madre que recrimina más que alaba generará en sí mismo una sensación de fracaso en su función parental. Por otro lado, no tengo la más mínima duda que cualquier hijo/a, a lo largo de un día, realiza más cosas positivas que negativas. Es cuestión de saber y querer observar.

La infancia y la adolescencia son etapas complejas, muchos autores hablan de la frustración como un proceso de aprendizaje necesario para gestionar el desarrollo vital de forma sana. Entendemos la frustración como el sentimiento que se produce en las personas cuando no pueden satisfacer un deseo. Es  un aspecto inherente a la vida humana el hecho de asumir la imposibilidad de lograr todo aquello que uno desea o anhela. La frustración debe consolidarse ya durante etapas tempranas del desarrollo infantil. Es necesario tomar medidas para entrenar y potenciar una adecuada tolerancia a la frustración. Entre estas medidas aparece el refuerzo positivo. Expresar y reconocer en los hijos, de forma habitual, sus destrezas  y sus dificultades les ayudará a tolerar la frustración. Recordad que como padres estamos más habituados a recriminar/rectificar que a utilizar el halago como modelo educativo.     

Desde los primeros años de vida, prácticamente desde el final del apego, los hijos emprenden el camino para buscar su propia identidad personal. Esto supone una separación progresiva de sus progenitores, hecho que a los padres nos cuesta gestionar, ya que puede producir conflictos. A partir de los 2 años aparece la primera muestra de identidad reflejada en la etapa de la negación: “no quiero”, “no me gusta”, etc. pudiéndose considerar esta fase como el inicio de las desavenencias entre padres e hijos. Después paulatinamente van apareciendo una serie de necesidades de identidad (intensificadas en la adolescencia) como: la reafirmación grupal, rechazo al mundo adulto, la transgresión de normas, cambios comportamentales, etc.  Que además de discrepancias en la familia provocarán vulnerabilidad en los hijos/as. Ésto se podría traducir en desorientación, baja autoestima, inconformismo, etc. por parte de los menores. De aquí la oportunidad que tenemos los padres y madres de mostrarles y expresarles nuestro amor, de reconocerles sus capacidades y sobretodo de agradecerles todo lo que nos dan. Aunque los hijos/as expresen no necesitarlas, estas muestras afectivas, son un yacimiento de energía que les ayudarán a superar las adversidades y a valorarse a sí mismos.

Si después de leer este artículo he conseguido que le regales una declaración de amor a una de tus personas estimadas quizás será una de mis mejores reflexiones.

Autor: Iván Castro Sánchez

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