LA CULPA ES DE LOS PADRES!


Nadie duda que los padres y madres tenemos una responsabilidad primaria en el comportamiento de nuestros hijos y que las bases de una correcta socialización se cimientan en casa. Incluso expresamos que los chicos actúan como reflejo del modelo educativo que aplicamos los progenitores. En definitiva, el tipo de conducta de los hijos corresponde en gran medida a la actitud de los padres. Pero más allá de las responsabilidades parentales existen otros aspectos que influyen en los comportamientos de los menores y en el modelo de relación familiar.

Por una parte, asumimos sin complejos que vivimos en una era puramente consumista, que nuestras “necesidades de subsistencia” nos obligan a trabajar a los dos miembros de la pareja. Esto nos conlleva a delegar parte del “tiempo para educar” en diferentes agentes, bien sean parte de la familia extensa (abuelos, tíos, etc.) o servicios profesiones  (guarderías, cuidadores, actividades extraescolares, etc.). Reduciendo el “tiempo juntos” que es necesario para conocernos, para aprender, para orientar, para educar... Así el poco tiempo disponible en familia, como es lógico, lo queremos vivir de la forma más placentera posible. Pero para enfrentarse y abordar las vicisitudes familiares es necesario tener tiempo y energía. Y cada día es más difícil conciliar vida laboral y familiar.  ¿Quién es el culpable de la falta de tiempo en familia?  

Por otra parte, desde una perspectiva de desarrollo evolutivo podemos observar cómo la influencia de los padres, en el proceso de socialización de los chicos, va disminuyendo progresivamente.  En la medida que nuestros hijos crecen, aparecen con mucha fuerza otros agentes de gran influencia: el grupo de amigos, los medios de comunicación, las modas, la publicidad, etc.   Que determinarán una parte importante de su personalidad y que en ocasiones están lejos del alcance de los propios padres.

La sociedad generalmente culpabiliza a los padres desde posiciones hipócritas. No queremos que nuestros menores beban, pero no sabemos celebrar sin alcohol, la cultura y el deporte están patrocinados prácticamente por bebidas alcohólicas, (este último también por casas de apuestas, ya recogeremos estos frutos), etc. No queremos que nuestros hijos tengan problemas alimenticios pero definimos cánones de belleza que rozan lo insalubre, las tallas de ropa son excluyentes, etc. No queremos que nuestros hijos sean consumistas y les bombardeamos continuamente con anuncios, con productos de entretenimiento, etc. Queremos que sean respetuosos y las audiencias de televisión determinan que a mayor insulto en el programa, mayor número de telespectadores, vamos a algunas competiciones deportivas a desahogarnos insultando al  árbitro, etc.  Podría seguir poniendo ejemplos de hipocresía social, pero no pretendo fustigarles más.

Si observamos en el entorno aspectos preocupantes y éste se nos escapa, en muchas ocasiones, de nuestras manos. Sería necesario establecer núcleos familiares fuertes que actúen como elementos de protección, para que nuestros hijos puedan gestionar los riesgos a los que se enfrentan. Asumiré en este caso, que los padres somos culpables de no poder proteger a nuestros hijos de sociedades tan hipócritas que sólo culpan a los progenitores. 

Autor: Iván Castro Sánchez

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