EL ALCOHOL Y YO
Hace tiempo que a nivel laboral,
me ronda un sentimiento de derrota, ya que el intento de modificar el binomio
social “alcohol-placer” me parece una
misión insuperable. He llegado a pensar que el uso del alcohol va más allá de
la cultura, está incrustado en nuestra propia genética. Necesitamos consumir
alcohol para sentirnos mejor, para desconectar, para olvidar nuestras penas,
para disfrutar de los momentos felices, para percibir y compartir emociones… En
definitiva para “disfrutar de la vida”.
Cuando me sitúo frente a un grupo
de adolescentes impacientes por “comerse el mundo” tengo la sensación de que
mis capacidades profesionales son muy limitadas, incluso teniendo en cuenta que
mi objetivo es la moderación, no la abstinencia en el alcohol. Ellos también
quieren y desean disfrutar de los beneficios que éste ofrece: desconectar,
sentirse mejor, olvidar las penas, divertirse, ligar, desinhibirse, bailar… En
definitiva “disfrutar de la vida”.
Durante mis encuentros con padres
y madres en las escuelas de familia, cuando abordamos el tema del alcohol tengo
la sensación de ser un “agorero”. Siento que mis fundamentos están alejados de
la realidad, dado que utilizar el alcohol para celebrar es algo lógico y
normal, beber alcohol en casa para relajarme no es tan malo, toda buena fiesta
ha de ir acompañada de una buena bebida, tomar alguna bebida alcohólica durante
una comida o cena y después conducir con mis hijos/as tampoco es para tanto. En
definitiva “disfrutamos de la vida”.
Cuando camino por la calle,
escucho la radio, leo una revista o veo alguna cadena de televisión observo que
la publicidad sobre el alcohol es permanente, además sus fundamentos son
mejores que los míos. En la publicidad de alcohol, de forma habitual, se
refleja un sofisticado grado de autenticidad, de genuino, de identidad, de
sabiduría, etc. Incluso se patrocinan con glamur actividades en las que está
demostrado que alcohol es realmente perjudicial para su desarrollo, como la
conducción en la Formula 1. En definitiva
aspectos que nos ayudan a “disfrutar de la vida”.
Yo también “disfruto de la vida”,
ya que no soy una persona “amargada” (abstemia). Lo que me pasa es que desde
que asumí el rol de padre he decidido condicionar mi manera de relacionarme con
el alcohol y como consecuencia sólo “disfruto de la vida” en ocasiones
puntuales. Llegué a la conclusión que la mejor manera de abordar el tema con
mis hijas era a través de mi propio comportamiento y mi forma de “disfrutar de
la vida”. Para ello con mi pareja tomamos una serie de decisiones, no tengo la
garantía de que funcionen pero al menos me dan fundamentos para poder
orientarlas en este tema.
Por regla general, en nuestro hogar
“disfrutamos de la vida” de una manera diferente. La primera decisión que
tomamos fue no tener de manera habitual alcohol en casa, algunos invitados se extrañan
cuando les digo que no puedo ofrecerles una cerveza. En segundo lugar, hemos
decidido que no en todas las celebraciones incorporamos alcohol, para ello establecimos
un criterio muy básico, si la celebración tienen que ver con un tema
relacionado con las niñas (cumpleaños, aniversarios, etc.) será una fiesta sin
alcohol, los adultos invitados no podrán “disfrutar de la vida”, se han de
sacrificar en pos de la infancia. Ahora bien, en algunas celebraciones de
adultos solemos incorporar bebidas. En tercer lugar, cuando somos invitados a
alguna fiesta valoramos que tipo de evento será y decidimos si vamos toda la
familia o solo los padres, también necesitamos “disfrutar de la vida”. En
cuarto lugar cuando salimos a comer o cenar fuera de casa, con naturalidad solemos
acordar delante de las niñas quien de los dos no beberá para después poder
conducir, así que uno se sacrifica y el otro “disfruta de la vida”. Y en quinto
lugar, no solemos pasar muchas horas del tiempo de ocio en bares y cafeterías.
Quizás de nuestro posicionamiento
familiar se pueda interpretar que estamos aislando a nuestras hijas de una
sociedad que “disfruta de la vida”. Con ello pretendemos: primero que no
normalicen el consumo de alcohol como algo habitual, cotidiano y permanente en nuestras
vidas. Segundo, para disfrutar no hace falta siempre beber alcohol, podemos y
hacemos celebraciones donde disfrutamos sin necesidad de consumir, y puedo
asegurar que a pesar de no tener alcohol también son placenteras. Tercero,
cuando entendemos que nuestro comportamiento adulto pueda ser desproporcionado,
mal entendido o crear desorientación en nuestras hijas no las llevamos con
nosotros. Cuarto, además de intentar no conducir cuando hemos bebido, lo
hablamos delante de ellas para que interioricen que esto es importante. El día
que vayan a montarse en el vehículo de un amigo/a que ha bebido, quizás
recuerden que sus padres no conducían si lo habían hecho. Y quinto, intentamos
“disfrutar de la vida” más allá de los espacios destinados al consumo.
Espero se entienda mi ironía, no
tengo intención de generar reflexión ni cambio, solo pedir que se respete mi
forma de “disfrutar la vida”.
Autor: Iván Castro Sánchez
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