AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS


La primera vez que tienes a tu hijo/a sobre tus manos, no piensas en ningún momento que, éste ser tan amado, podrá provocarte “perder los nervios” en muchos momentos de tu vida.

Expongamos situaciones que nos pueden alterar: las dificultades con la comida, la alteración del sueño, no cumplir las normas, las peleas entre hermanos, el desorden, los gritos, etc. También factores personales que nos pueden influir a generar esta conducta: cansancio físico y psíquico, problemas laborales, estrés, los estados de ánimo, no saber como actuar, etc. 


Si perder los nervios puede afectar a la convivencia, vamos a identificar algunas estrategias que nos ayudarán a mantener un buen clima familiar. 

Empecemos por enumerar algunas estrategias que no han demostrado eficacia: los chantajes, las suplicas, los tratos, las amenazas e incluso los ruegos. Recuerdo a ese padre que pretendía hacer un trato con su hijo: “- Sí te comes el plato de puré tendrás de postre un helado” también recuerdo que el niño termino con un helado y sin comerse el primer plato. Por un lado, los niños/as no alcanzan la capacidad de hacer y comprender tratos y chantajes hasta alrededor de los 6 años y por otro lado, si gratificamos con el postre automáticamente estamos desvalorizando el primer plato “lo bueno es el helado y no el puré”.

Todos los autores coinciden en que establecer normas y límites mejora el clima familiar. Las normas y límites ayudan a nuestros hijos/as en el proceso de socialización primario en el hogar y con ello favorecemos su adaptación a la sociedad. ¿Por qué será que el 99% de los profesores/as de infantil nos solicitan que impartamos a los padres y madres de sus alumnos/as el curso de normas y límites? 

Si defino de forma sintetizada el papel educativo de padre/madre sería “ejercer desde un clima afectivo las funciones de orientador/a, apoyo y control de manera equilibrada”. Olvidemos ese pensamiento de querer ser los “mejores amigos/as de vuestros hijos/as” y sustituyamoslo por pretender “ser el mejor padre/madre de vuestros hijos/as”. Las relaciones de amistad se establecen en un mismo plano, las de orientación y control no. 

En el marco de las normas y los límites las rutinas son un pilar básico. Los niños/as, por diversas razones, funcionan mejor cuando las cosas son predecibles. Ayudan a satisfacer las necesidades básicas en el momento adecuado. Dan coherencia al estilo de vida familiar. Generan patrones y hábitos de conductas. La falta de rutina puede provocar en los menores inseguridad e irritabilidad (rabieta) al no saber lo que va a pasar.

La confección del horario nos permite controlar las necesidades de todos los miembros. Un ejemplo: acostar a los hijos/as a las 20,30h. nos garantiza por un lado, horas suficiente de descanso para ellos y por otro lado, a nosotros, tiempo propio para descansar, hacer actividades, disfrutar de la pareja... 

Cuando los hijos/as son pequeños no distinguen entre sábado y lunes, el horario como rutina es semanal. Los tiempos tienen que ser realistas. No ser extremadamente rígido. En vacaciones y verano se pueden hacer cambios. En una charla una madre que me comentaba que no podía llevar a su hija a ningún restaurante porque se portaba muy mal, le hice dos preguntas “-¿A qué hora come su hija los días de diario?” y “- ¿A qué hora suelen comer en un restaurante?” Sin conocer a la niña, se podría intuir como motivo del mal comportamiento, que en un restaurante come más tarde de lo que está habituada. No olvidemos que los menores necesitan más energía que nosotros (glucosa), no tienen grandes reservas y el mal comportamiento podría ser una forma de expresión.

Las normas son las reglas del comportamiento familiar. ¿Os imagináis como sería un partido de futbol o una partida de parchís sin reglas?, ¿Sería divertido jugar? Supongo que todos/as opinamos que sería desastroso y aburrido. Pues una familia sin ellas puede ser desastrosa y aburrida. Cuando vamos a jugar a un juego antes de comenzar preguntamos y/o acordamos las reglas.

Entiendo la norma como una acción, tarea o comportamiento que queremos establecer en nuestra convivencia familiar. Antes de proponer una norma “parar a pensar” en estos tres pasos: 1. ¿Está bien definida? ¿Se entiende correctamente?, 2. ¿Cómo puedo motivar para que la acepten y la cumplan? y 3. ¿Tenemos claro que pasará si no se cumple?

Para gestionar las normas de forma saludable en la familia es importante tener en cuenta unas consideraciones:



  • Si no se explican y se comprueba que se entienden, es complicado comenzar a cumplirlas. 
  • Si impones una regla y la cambias dependiendo de tus intereses puede ser que no te tomen en serio. 
  • Si las normas no son realistas y adecuadas nos enfrentaremos a disputas interminables. 
  • Si nos interesa que la norma se convierta en hábito es aconsejable gratificarla las primeras veces que la cumplen. 
La coherencia es la piedra angular de las reglas. ¿Un mismo hecho puede ser analizado de forma diferente dependiendo de nuestro estado de ánimo?, ¿Un mismo hecho puede ser castigado/abordado de forma diferente dependiendo de que progenitor lo gestione? 

Los límites los entendemos como el equilibrio entre ser cariñoso y firme. Algunos autores se refieren a ellos como “la disciplina”. No son sinónimo de castigo severo, consisten en enseñar a comportarse y convivir. Cuando los límites son traspasados comienza la corrección educativa, para ello es importante que: Estén bien establecidos. Las consecuencias de traspasarlos no han de ser desproporcionadas pero si molestas. Cumplir las consecuencias puede ayudarles a tener un marco de referencia y orientación, sobre lo que se puede hacer y no hacer, asumiendo la responsabilidad de sus acciones. Es importante tener definida la consecuencia de traspasar el límite, así evitamos que nuestros estado de ánimo influya en la reacción al hecho.

Los impulsos no son una buena herramienta educativa. La coherencia, la serenidad y la planificación a la hora de establecer rutinas, horarios, normas y límites nos ayudarán a prevenir estar al borde de un ataque de nervios. 


Autor: Iván Castro Sánchez

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